Desde el período paleolítico hay evidencias que, una vez que el hombre comenzó a construir sus casas, aprendió a preservar sus alimentos perecibles en frío, bien en cavernas o en huecos cavados en la tierra. Los sorbetes fueron los primeros helados consumidos por el hombre. Hace
4.000 años en Mesopotamia ya se utilizaba la nieve de las montañas para
enfriar la pulpa o el zumo de las frutas mezclados con miel y las
bebidas. Los romanos difundieron esta costumbre por todo el imperio
construyendo pozos para conservar la nieve en las montañas próximas a
las ciudades. La nieve se compactaba en el interior de estos pozos y en
el verano, por las noches, se acarreaba a las ciudades.Muchos pueblos fueron capaces de “inventar” las bebidas heladas, o de añadir hielo a las frutas o sus zumos; por ejemplo, los toltecas lo hacían mucho antes de que los europeos pisaran nuestro continente.
El enfriamiento se llevaba a cabo introduciendo la mezcla en un
recipiente metálico o cerámico que a su vez se metía entre el hielo. En
la edad media se descubrió que añadiendo sal al hielo se conseguían
temperaturas muy bajas que permitían congelar la mezcla, sólo había que
ir rascando con un cuchillo la masa que se iba congelando por las
paredes del recipiente o agitarlo de vez en cuando.
Nuestro vocablo sorbete es un préstamo léxico del árabe “sherbet”. Como
no podía ser de otra manera el crisol gastronómico español evidencia la
tradición cultural heredada de romanos y árabes.
El uso milenario de estos pozos y el comercio de la nieve acabaron con la invención de la producción mecánica del frío en la segunda mitad del s. XIX. Las poblaciones de un cierto tamaño contaban con fábrica de hielo. Los sorbetes y granizados se seguían fabricando con la misma técnica pero ya no era necesario bajar la nieve de las montañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario